-Y tú por qué te enamoraste de mi?
-Yo no escogí enamorarme de ti, pero la primera vez que te besé nuestros dientes se rozaron por una milésima de segundo y fue increíble, y la hora exacta de ese beso eran las seis y cuarenta, y quité la pila del reloj, para que se quedase la hora detenida para siempre, parada. El minuto exacto en el que me besaste está metido en un reloj para siempre, y ya nunca sé que hora es. Pero me da igual. Y desde entonces miro constantemente el reloj. ¿Sabes lo que me gustaría? Estar tumbado contigo sobre la hierva mirando la luna esa naranja que hay algunas noches de verano y que empezara a nevar y sentir los copos en la cara, y tu mano.
Una vez le preguntaron a Lewis Jain, un fotógrafo de guerra, porque había escogido esa profesión. Él contestó que si pudiese contar con palabras todo lo que veía no necesitaría cargar todo el día con una cámara de fotos. Que ciertos momentos de belleza, de desolación, de horror y de heroísmo, estaban más allá de las palabras. Yo también lo creo. Hay cosas que no podemos explicar con simples palabras. Cosas como seguir vivos, sentimientos como el amor y el compromiso, o sensaciones como volver a abrazar a un amigo. Quizá por eso, nuestra vida se compone de imágenes, momentos congelados en el tiempo para siempre, de decisiones que cambian sin remedio el rumbo de las cosas, de fotografías fijas guardadas en la memoria que nos recuerdan cada segundo lo hermoso que es vivir.
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